En más de una oportunidad, hemos afirmado que leer es
viajar. En principio, es viajar a la soledad; para leer, debemos
evadirnos de nuestro entorno, desoir
voces y llamados, olvidarnos de las obligaciones del hacer. Cuestión
difícil de sostener. Claro que esa soledad permite otra compañía, la propia, la
más íntima, cuando uno puede ser uno sin más, con sus deseos, sus alegrías, sus
tristezas, sus decepciones. Situación a veces algo ¿insoportable?¿movilizante? siempre enriquecedora. Leer es
migrar, hacia otro espacio, mental pero también físico, el de las historias que
leemos; migrar a otros tiempos, a otras culturas, a otros lenguajes o al mismo
que hablamos pero con diferentes
palabras, frases, modismos.
Leer, viajar, migrar es cambiar. Nadie que lea, que viaje,
que migre permanece inalterable. Es inevitable que las propias raíces se
movilicen, aun a pesar de cada uno. El
proceso puede ser algo doloroso de ser transitado. Sin embargo, es inevitable.
A veces, el viaje en la vida de todos los días es real; y
entonces la migración se produce por diferentes motivos, deseados o no;
evitables o no. La literatura también en estos casos se hará cargo y generará historias
varias sobre el tema. El grotesco con Discépolo-por
ejemplo,
Stéfano/Mateo- dará cuenta de la
vida dolorosa, llena de nostalgia de los inmigrantes. El nuevo grotesco de
Cossa-
Gris de ausencia-, menos angustiante,
con más humor, dará cuenta de la emigración. Griselda Gambaro y
El mar
que nos trajo, retomará la inmigración. Evidentemente, tal como sostiene la Dra. Martina Fittipaldi en el artículo publicado en HABÍA UNA VEZ la
Literatura[es] como un espacio de acogida y de reconstrucción identitaria, que puede
salvar de la angustia y ayudar a sobrellevar el desafío que supone la migración,
cualquiera fuere.
Los invitamos a leer el artículo y comentarlo, si así lo desean.
En tanto, les dejamos un fragmento brevísimo de El mar que nos trajo:
“Hacia la medianoche, a punto de partir, Giovanni abrazó a
Natalia fuertemente. Permaneció callado
mientras los marineros los despedían a grandes voces desde la cubierta,
y para los niños, para Natalia e Isabella esa fue una fiesta que no olvidaron
nunca.
Antes de reiniciar a pie el camino hacia la casa, la más
pequeña de las hijas de Isabella volvió la cabeza y dijo, con un suspiro:-Ahí
está el barco.”