Escribir es un contenido ineludible en la escuela, de Prácticas del Lenguaje y de todas las áreas. Es también un objetivo/ propósito. Y, por supuesto, una actividad cotidiana, continua, diversa y, a veces, no solo necesaria sino gratificante. Como docentes, nos preocupa y ocupa cómo lograr implementar la escritura en las aulas y lograr que sea operativa, adecuada a las diferentes situaciones comunicativas, correcta en puntuación, en... y, seguro, muchas más expectativas. Escribir es una tarea ardua, ¿en qué sentido? En varios; tal vez a veces perdemos de vista lo que conlleva hacerlo y hacerlo medianamente bien. Por eso, en muchas oportunidades, escapamos todo lo que podemos de ponernos a escribir. Diría Liliana Heker: …”uno se sienta a escribir venciendo cierta resistencia —salir del estado de ocio no es natural…” ¡Nos exige trabajar!
Hablar y escuchar requieren de otro siempre; y es ese otro quien nos advierte con su mirada, su voz, su volumen, sus pausas, en definitiva, su interpelación, si somos entendidos, si estamos siguiendo y comprendiendo las palabras. Escribir puede tener al otro de manera diferida. Y entonces nos exige desde la grafía; quien nos lea-y nosotros también- debe/debemos poder distinguir m de n, a de o, i de e…, es decir, poder leer. Escribir no es solamente volcar en palabras lo que uno piensa o quiere expresar; pide revisión. La misma autora diría “…
La primera versión de un texto es sólo un mal necesario. Suele estar bien lejos de aquello completo e intenso que uno difusamente ha concebido…”(La negrita es nuestra)
La escritura requiere que cuidemos el vocabulario; las palabras no son todas siempre adecuadas; en la intimidad, por celular, un
oki puede ser suficiente y acorde; para responderle a un superior, no. La ortografía puede ayudar o no para ser comprendido; no es lo mismo
intensión que
intención,
pollo que
poyo,
haya que
halla que
aya (hablando o escuchando, no hay diferencia, el contexto nos ayuda a saber de qué se trata).
Por lo general, creemos que quien se dedica a escribir, un escritor, porque es un profesional de la palabra, no necesita tiempo para generar un texto, que está inspirado y eso le aliviana todo el trabajo; que no revisa ni corrige…Acaso preconceptos que colaboran para tomar el quehacer escritural a la ligera, para negarse a dedicarle tiempo y revisiones. Un texto siempre puede ser mejorado-aunque eso
no signifique hacerle relecturas y reescrituras hasta el cansancio; al menos, no en la escuela, donde tendremos en cada ocasión, determinados propósitos y
no todos-.
Los mandamientos de la autora Liliana Heker nos parecen relevantes aunque no nos dediquemos a la escritura profesionalmente. Creemos que, si bien los escritores saben escribir y muy bien, le brindan mucho tiempo a hacerlo, escriben y reescriben, leen y releen, ¿por qué nosotros, nuestros alumnos, no?
Les dejamos el enlace a
Los diez mandamientos de la escritura. Vale la pena su lectura completa; también hay algunos comentarios sobre la literatura que nos pueden acercar a ella de otro modo.